El dolor en mi espalda

octubre 27, 2007





El látigo invisible del tiempo golpea mi espalda,
la atraviesa, la parte en dos, lacerante herida.
El tiempo se acaba, he dado vuelta el reloj,
la arena cae del cielo sobre mi pesar.

Casi no puedo moverme, mis brazos ya no responden,
inmóvil, las piernas entumecidas, los ojos entornados,
con un brillo mortecino en el fondo de las pupilas,
suficiente para escribir las últimas líneas.

Los cuchillos brotan de mis dedos en punzantes calambres,
temblorosas mis manos no sostienen la copa
y el vino derramado avanza violáceamente sobre el papel
esparciendo la tinta alrededor de cada palabra.

¿He dejado mis cosas arregladas? Mentira !!!
Nada ha quedado solucionado y la deuda se clava
sobre mis hombros queriendo separarlos del cuello
por donde caen las gotas del sudor de mi cabello desordenado.

Dicen que los hombres no deben derramar lágrimas,
pero una gota se desliza entre las comisuras de mis arrugas,
dejando una estela que arde sobre la piel,
ácido corrosivo del recuerdo de mucho tiempo, no recuerdo cuanto.

Apoyo mi cabeza sobre el respaldo del sillón,
sueño con colores y una cabellera suelta,
pero el dolor me despierta recordándome mi realidad.
Escribo estas últimas líneas e intento volver a soñar.



Acuático (… con una pecera cada vez mas oscura…)


Carta después de dos años

octubre 07, 2007




Han pasado dos años desde aquel momento,
dos años desde aquella tarde en donde me pediste te esperara,
tus ojos profundos brillaban tranquilos a la luz
del sol de primavera que traspasaba las verdes hojas.

He cambiado, estoy más viejo, lo dicen las arrugas de mi frente.
¿Te conté que el otro día descubrí un cabello blanco en mi sien?
Mis ojos han caído, son más pequeños y tienen menos brillo,
como si la oscuridad de las cuencas vacías del tiempo quisiera atraparlos.

Mis vicios no se han ido, por el contrario creo han aumentado,
sé que prometí dejar de fumar y no trabajar tanto,
pero aquí estoy, en esta madrugada con un cigarro encendido
y los papeles del trabajo se acumulan a mi alrededor.

¿Aventuras? Sí, algunas. La espera en soledad no es fácil.
La radio rechina con el sonido de un viejo blues,
mis huesos rechinan con el dolor de la decisión.
Apuro el sorbo de la última copa de la última botella de vino.

En esta habitación, de paredes blancas y sin adornos,
cuento los minutos para el final, nunca más verte.
Una semana, quizás dos, y luego nada.
Una nueva etapa, nuevas arrugas y más canas.

De lo otro cada vez menos, de lo mismo cada vez más,
el viejo Memphis Slim acompañará con su piano
éste, el último cigarro, un pedazo de mi rostro caerá
y con él la muestra visible del recuerdo.

La luz estará apagada, las ventanas cerradas,
los ojos con menos brillo, el ruido de la ciudad,
dos años es mucho tiempo para un viejo que se desarma
en esta tarde-noche de primavera fantasmal.


Acuático (… … )